La economía atraviesa una etapa compleja, en la que conviven señales de estabilidad macroeconómica con un deterioro persistente de la actividad y del consumo de base. Mientras algunos indicadores técnicos muestran cierta recuperación, la realidad cotidiana de la mayoría de la población y de los sectores productivos más expuestos -como el comercio minorista- revela un escenario de fragilidad, incertidumbre y tensiones estructurales sin resolver.
Uno de los fenómenos más notables del presente es la polarización del consumo. En la Argentina de 2025 coexisten dos realidades: una parte de la población, vinculada a sectores dolarizados o con mayor capacidad de ahorro, ha aprovechado la estabilidad cambiaria para consumir bienes durables, viajar al exterior e invertir. Este segmento explica el crecimiento de las ventas de autos, electrodomésticos y turismo, que muestran cifras positivas pese al contexto recesivo. Pero esta dinámica no alcanza para motorizar al conjunto de la economía.
Del otro lado, la “Argentina pesificada” enfrenta un retroceso de su poder adquisitivo, altos niveles de endeudamiento y dificultades para sostener consumos básicos. Según distintas consultoras, la mitad de los hogares no logra cubrir sus gastos esenciales y un tercio se ve obligado a recortar consumos clave para afrontar servicios y alquileres.
En este marco, el comercio minorista aparece como uno de los sectores más golpeados. A la retracción en las ventas se suma un combo de factores que pone en riesgo su sostenibilidad: aumentos de alquileres, tarifas de servicios públicos en alza, presión impositiva creciente, competencia de canales informales y el ingreso de productos importados de bajo costo, que impulsan una guerra de precios difícil de sostener.
Los comerciantes relatan que, incluso cuando hay algo de movimiento en las ventas, los márgenes son mínimos. En muchos casos, los ingresos alcanzan apenas para cubrir los costos fijos, lo que dificulta la reposición de stock, la contratación de personal o cualquier intento de expansión. La demanda se muestra débil y racional, con una clientela que selecciona cuidadosamente sus compras, pospone decisiones y se retrae, especialmente en rubros no esenciales.
Las estrategias defensivas (descuentos, cuotas sin interés, eventos de promoción, entre otras) no logran reactivar el flujo de clientes en forma sostenida. Se observa una circulación reducida, con muchos locales operando por inercia más que por impulso. La expectativa de los comerciantes es contenida, y la incertidumbre sobre el segundo semestre es alta.
En este contexto, la sostenibilidad del comercio minorista está bajo amenaza estructural. Se trata de un sector clave no sólo por su capacidad de generar empleo y dinamizar economías locales, sino también por su rol social y cultural en la vida urbana. Sin un shock de consumo positivo, una reducción de la presión fiscal, y políticas activas que controlen la informalidad y las importaciones desleales, miles de comercios seguirán expuestos a cierres o a una precarización profunda.
La paradoja argentina es clara: la macro se ordena, pero la microeconomía sufre. El desafío del Gobierno será transformar la estabilidad en recuperación inclusiva. Sólo así podrá reconstruirse el entramado comercial y reactivar la rueda virtuosa del consumo interno.
Fuente: La Nación.